Así reflexioné mis bróders. Y me deje estar. De a poco, lo que parecía una o dos amables ratitas, con sus ojos negros - como la muerte y el destino - siempre alertas y atentos que pululaban por mi kitchenette; se multiplicaron en miles. Y mas.
Un día, cuando llegaba de la nocturna juerga con chicas y cerveza, entré a mi cocina, prendí la luz y ¡wau! Súbito el suelo se mostró gris peludo y de inmediato mudó, fragmentándose en miles de roedores que huyeron bajo el horno. Y caca. Mucha caca de rata por todo el suelo. Y en el cajón de los cubiertos. Y la alacena ¡Qué asco! Además comprobé que las ratas habían atacado a mi perro: estaba muerto, comido en la panza y los ojos.
Qué ratas culiadas.
Entonces compré un par de tramperos, veneno y una escoba. Así armado dispuse el exterminio masivo de los roedores. Tal vez parezca drástica y desmesurada tal determinación. Pero no lo es. Lavé los platos, saqué la basura y trapeé los pisos. Al anochecer dejé que la oscuridad entrara en casa. Prendí la tele y me senté a esperarlas.
Como a las doce de la noche se asomó una del horno. Luego otra y otra y otra. Eran miles. Se amontonaron frente a la heladera, encimándose unas con otras hasta desparramarse vertical sobre el picaporte. Tal vez parezca guayaba mi discurso pero es verdad bróders. Tenía que matarlas ahora, cuando estaban distraídas royendo mi comida. Silencioso, como un fantasma, me les acerqué - la escoba en alto, lista para la saña- , cerré los ojos y golpeé. Con mucho brío y decisión arrojé golpe tras golpe. Hasta partir la escoba en dos.
Cuando abrí los ojos había ratas muertas por todos lados. Sobre la mesa, la cocina y el horno. Aplastadas contra la pared y en la ventana. De inmediato aparecieron mas. Sin dudarlo arremetí hartos pisotones al suelo. Luego de un rato sentí los pies como si estuviese pisando uva para el vino.
Me detuve. Escudriñé en torno. Sangre y vísceras, pequeñas y hediondas, inundaban mi cocina. De inmediato aparecieron mas. Y mas. Ya no escapaban. No, bróders: me enfrentaban. Miles de ojos me miraban. Negros y desafiantes empezaron, otra vez, a encimarse. Una sobre otra amalgamó hasta formar un esperpento gris y peludo que se abalanzó sobre mí.
Corrí. Desesperado. Asustado y confuso. Atiné a tomar mi portátil y me encerré acá, en el closet. El bicho está afuera. Royendo las maderas del armario. Pronto estará acá. Temo un final violento para mí. Solo puedo esperar lo inminente. Por eso decidí escribir esta entrada bróders, compartirles lo que puedre ser el último disco: Los Grillos.