Buenas noches.
Hoy les traigo un disco clásico, el Impala Syndrome. Se me hace difícil elegir
discos para colgar. Debe ser porque he tenido la cabeza demasiado
atornillada a la realidad. Es muy difícil escapar
de lo cotidiano si uno aboca
el tiempo libre, ese que se espera como justificativo de la ardua tarea, a procrastinar
¿No? Es así que sin darnos cuenta es imposible evadirse de la realidad.
Desde el posteo
de las efemérides hasta un evento programado, todo te remite a ese mundo que
está afuera pero que también está acá adentro. Todo el tiempo porque estás
conectado siempre.
Si uno no
despierta la pesadilla es eterna.
Ya sé, hoy me
vine metafísico. No me hagan caso: Reflexiones gastadas de un hombre enojado.
Por cierto, el buen Wirtis se trenzó a golpes en la calle el otro día. Así es
amigos, iba trotando por el parque San Vicente, algo enardecido porque venía de
la marcha contra el ítem aula (y ya lo sabemos: nada como la injusticia y el
latrocinio estatal para encender los ánimos rebeldes y contestatarios), y pasó
que de repente se me cruzó un auto al paso. Y yo me desboqué. Y el auto se
frenó al costado. Y me acerqué, desbocado todavía. Y el tipo se bajó. Era más
viejo pero me doblaba en tamaño. Me encajó un trompadón, que vuestro buen amigo
no supo esquivar. Acto continuo se me vino encima. Me atropelló, consciente de
la diferencia. Me dejé llevar hasta el borde de la sequia. Ahí, salté la zanja
y lo hice caer. Me toqué la sangre. La concha de la lora, me cortaste, le dije
al gigantón. La reputamadre, pensé para mí, mirá el quilombo choto que generé por andar
encendido.
Entonces pensé
que hay que frenar a veces. Que disminuir la marcha, incluso detenerla, no es
ceder. Es solo frenar para volver arrancar. Con otras pilas, en otro contexto.
Acá les dejo el
relato. Se los dejo junto a esta tremenda banda con su alto álbum, el super
clásico Impala Symdrome.